Hablaremos ahora del simbolismo de la Logia, y lo primero que llama nuestra atención es la propia palabra Logia, prácticamente idéntica a Logos, que significa justamente la Palabra o el Verbo con que el Gran Arquitecto crea el mundo o cosmos. Igualmente, Logia, si no etimológicamente sí al menos en su sentido simbólico, es idéntica a la palabra sánscrita loka, que quiere decir “mundo”, “lugar”, y por extensión “cosmos”. Por otro lado, también se da una identidad entre Logia, Logos y el griego lyke, que significa “luz”. [1] 10
Aquí
tenemos, resumido, lo que distingue ante todo a la Logia masónica, que como
dicen los antiguos rituales “es un lugar muy iluminado y muy regular”, tal cual
es el cosmos salido del Logos creador o Espíritu de la Construcción Universal.
La luz es pues sinónimo de cosmos, mientras que la oscuridad o las tinieblas se
asimilan al “caos” anterior al cosmos. Las tinieblas en que se encuentra la
Logia antes de la apertura de los trabajos simbolizan justamente ese “caos”
precósmico, y la apertura misma vendría a representar la gradual “iluminación”
de esas tinieblas. En realidad la apertura de la Logia es un rito cosmogónico
que los masones realizan constantemente, y si se estudia detenidamente la
simbólica de ese rito se verá con claridad que se trata de un verdadero rito de
fundación o de creación de un espacio y un tiempo significativos análogos a la
propia estructura del cosmos. La descripción simbólica de la Logia reproduce
precisamente esa estructura:
¿Cuál es la
forma de tu Logia?
Un
rectángulo.
¿En
qué sentido se orientan sus lados largos?
De
Oriente a Occidente.
¿Y
sus lados anchos?
De
Mediodía a Septentrión.
¿Y
su altura?
De
la superficie de la tierra hasta los cielos (el Cenit).
¿Y
su profundidad?
De
la superficie hasta el centro de la tierra (el Nadir).
¿Qué
significan estas direcciones?
Que
la Masonería es Universal.
Podemos observar que esas direcciones conforman una cruz
tridimensional, cuyos ejes de coordenadas largo, ancho, alto y bajo
conformarían la estructura interna de la Logia, a imagen misma del cosmos. Ese
rectángulo es en realidad un doble cuadrado, que se orienta horizontalmente de
Oriente a Occidente según sus lados largos y de Mediodía a Septentrión según
sus lados anchos. Es a partir del centro del rectángulo que la Logia se orienta
verticalmente hacia lo más alto de los cielos (el Cénit) y hacia lo más profundo
de la tierra (el Nadir), adquiriendo así su verdadera dimensión universal. A
esa altura y a esa profundidad se refiere la conocida expresión: “en la Logia
de San Juan se elevan templos a la virtud y se cavan mazmorras para el vicio”.
Esa estructura vertical también aparece proyectada en el plano base de la Logia, que está dividida en tres partes bien diferenciadas, a imagen misma del Templo de Salomón, prototipo del templo masónico. El cielo está representado por el hemiciclo situado a Oriente, que tiene forma semicircular, y que recibe, al igual que en el Templo de Salomón, el nombre de Debir, o “Santo de los Santos”. A él se asciende por tres peldaños o gradas, que se refieren a la idea de elevación gradual y jerarquizada a otros planos o niveles superiores de realidad. La tierra está simbolizada por el Hekal, que es todo el espacio restante de la Logia hasta las dos columnas J y B, las cuales soportan el “pórtico de la entrada”, asimilado a lo que en el templo de Salomón se denominaba el Ulam. Se dice que el “pórtico de la entrada” no está ni dentro ni fuera de la Logia. Es, pues, un lugar de tránsito, o de pasaje, que el masón debe atravesar viniendo de las tinieblas del mundo profano, el cual es propiamente el mundo inferior (de infernus).
Esa estructura vertical también aparece proyectada en el plano base de la Logia, que está dividida en tres partes bien diferenciadas, a imagen misma del Templo de Salomón, prototipo del templo masónico. El cielo está representado por el hemiciclo situado a Oriente, que tiene forma semicircular, y que recibe, al igual que en el Templo de Salomón, el nombre de Debir, o “Santo de los Santos”. A él se asciende por tres peldaños o gradas, que se refieren a la idea de elevación gradual y jerarquizada a otros planos o niveles superiores de realidad. La tierra está simbolizada por el Hekal, que es todo el espacio restante de la Logia hasta las dos columnas J y B, las cuales soportan el “pórtico de la entrada”, asimilado a lo que en el templo de Salomón se denominaba el Ulam. Se dice que el “pórtico de la entrada” no está ni dentro ni fuera de la Logia. Es, pues, un lugar de tránsito, o de pasaje, que el masón debe atravesar viniendo de las tinieblas del mundo profano, el cual es propiamente el mundo inferior (de infernus).
Plano de la parte central del Templo de Salomón, modelo de la Logia masónica. Podemos apreciar el "Santo de los Santos" (Debir), el "Santo" (Hekal), el Poético (Ulam) y los dos Pilares Jakin y Boaz.
Esa misma idea
de elevación señalada por las tres gradas que conducen al Debir, la
encontramos también en el altar o ara, proveniente del latín altare,
cuya raíz, altus, significa lugar alto o elevado. En muchas
culturas tradicionales los altares (como los templos) se erigían en la sumidad
de las montañas, o de las pirámides escalonadas, como en el caso de las
civilizaciones precolombinas, o de los zigurats babilónicos,
por poner sólo dos ejemplos. El altar está situado en el centro mismo de la
Logia, y en torno a él los masones efectúan sus ritos. Es por tanto el “punto
geométrico” o “corazón” de la Logia, y por él pasa simbólicamente la Plomada
del Gran Arquitecto que une el Cielo con la Tierra. También se llama “Altar de
los juramentos” porque sobre él los masones realizan los compromisos y
“alianzas” que contraen con la Orden y el Espíritu que la vivifica.
Ese juramento se
cumple en presencia de las “Tres Grandes Luces” de la Masonería, el Libro de la
Ley Sagrada, la Escuadra y el Compás, los cuales se disponen precisamente sobre
el altar. En casi todas las Logias ese Libro no es otro que la Biblia, pero
ésta también puede ser sustituida por cualquiera de los libros sagrados y
sapienciales de la humanidad, lo cual es una muestra más del carácter
verdaderamente universal de la Masonería. Lo realmente importante es que en ese
Libro se recoja la voz de la Sabiduría Perenne, cuya esencia está por encima de
las formas particulares que ésta pueda adoptar para manifestarse. Lo mismo
podemos decir del Compás y la Escuadra, herramientas cuyo simbolismo, como ya
vimos, está ligado directamente con la idea de una Cosmogonía siempre viva y
actual. En este sentido, si el Libro de la Ley Sagrada representa la voz de la
Sabiduría Perenne, el Compás simboliza al Cielo y la Escuadra a la Tierra, esto
es, al polo activo y pasivo, esencial y substancial, de la Manifestación
Cósmica, respectivamente, los cuales constituyen precisamente los principios
universales de cuya unión surgen todos los seres y mundos que integran dicha
Manifestación. [2] 11
Volviendo de nuevo al Oriente, sobre la pared del fondo encontramos el Delta luminoso con el Tetragrama o Nombre inefable del Gran Arquitecto en el centro. Como ya dijimos este Delta es un triángulo con el vértice hacia arriba, figura que expresa la realidad de los principios universales, a la vez que es la primera estructura prototípica que se expresa en todos los planos de la manifestación como un principio que crea, otro que conserva y un tercero que destruye, o mejor, transforma. Añadiremos que en el Hinduismo estos tres principios corresponden a Brahmâ, Vishnu y Shiva, respectivamente, los que conforman la Trimurti.
Todos ellos surgen de un Principio único, que queda simbolizado en el Delta por un solo ojo que a veces sustituye al Tetragrama (Iod, He, Vau, He), pero que viene a referirse al mismo sentido de presencia inmutable de la Deidad Suprema en el seno de la Manifestación. En este Nombre del Gran Arquitecto queda pues resumida la obra de la creación, y su conocimiento en la Masonería se vincula directamente con la búsqueda de la “Palabra Perdida”.
Pero la Logia no es sólo una estructura estática –como tampoco lo es el universo– sino dinámica también, pudiendo ser visualizada como una rueda, imagen de la “rueda del cosmos” o Rota Mundi. Esto está expresamente indicado por las doce columnas o pilares que enmarcan el recinto de la Logia, y que equivalen a los doce signos zodiacales. Cinco de estas columnas están situadas a Septentrión, cinco más a Mediodía, y las dos restantes (las columnas J y B) a Occidente, justo en el pórtico de la entrada. Diremos que el Zodíaco (que quiere decir precisamente “rueda de la vida”) es como el marco del universo visible, y su movimiento cíclico, unido al de los planetas y demás constelaciones, influye en el cambio alternativo de las estaciones y en el mantenimiento y renovación de la vida del cosmos y del hombre. De esto se deduce que la Masonería no desconoce la antigua ciencia de la astrología, que junto a la alquimia revela también los misterios del Cielo y de la Tierra.
Volviendo de nuevo al Oriente, sobre la pared del fondo encontramos el Delta luminoso con el Tetragrama o Nombre inefable del Gran Arquitecto en el centro. Como ya dijimos este Delta es un triángulo con el vértice hacia arriba, figura que expresa la realidad de los principios universales, a la vez que es la primera estructura prototípica que se expresa en todos los planos de la manifestación como un principio que crea, otro que conserva y un tercero que destruye, o mejor, transforma. Añadiremos que en el Hinduismo estos tres principios corresponden a Brahmâ, Vishnu y Shiva, respectivamente, los que conforman la Trimurti.
Todos ellos surgen de un Principio único, que queda simbolizado en el Delta por un solo ojo que a veces sustituye al Tetragrama (Iod, He, Vau, He), pero que viene a referirse al mismo sentido de presencia inmutable de la Deidad Suprema en el seno de la Manifestación. En este Nombre del Gran Arquitecto queda pues resumida la obra de la creación, y su conocimiento en la Masonería se vincula directamente con la búsqueda de la “Palabra Perdida”.
Pero la Logia no es sólo una estructura estática –como tampoco lo es el universo– sino dinámica también, pudiendo ser visualizada como una rueda, imagen de la “rueda del cosmos” o Rota Mundi. Esto está expresamente indicado por las doce columnas o pilares que enmarcan el recinto de la Logia, y que equivalen a los doce signos zodiacales. Cinco de estas columnas están situadas a Septentrión, cinco más a Mediodía, y las dos restantes (las columnas J y B) a Occidente, justo en el pórtico de la entrada. Diremos que el Zodíaco (que quiere decir precisamente “rueda de la vida”) es como el marco del universo visible, y su movimiento cíclico, unido al de los planetas y demás constelaciones, influye en el cambio alternativo de las estaciones y en el mantenimiento y renovación de la vida del cosmos y del hombre. De esto se deduce que la Masonería no desconoce la antigua ciencia de la astrología, que junto a la alquimia revela también los misterios del Cielo y de la Tierra.
Las columnas J y
B se vinculan especialmente con la simbólica ascendente–descendente del ciclo
anual. Ellas se asimilan, pues, a los dos San Juan, el Bautista y el
Evangelista, y a los dos rostros del dios romano Jano, y en consecuencia a la
“puerta de los hombres” y la “puerta de los dioses”, respectivamente. Estas son
las puertas zodiacales de Cáncer y Capricornio, que corresponden a la entrada
del verano y del invierno, es decir el descenso y el ascenso de la luz solar.
Las puertas solsticiales cumplen un papel muy importante dentro del proceso
iniciático, que, no debe olvidarse, reproduce exactamente las etapas del
desarrollo cosmogónico. Para los pitagóricos, por la puerta de Cáncer las almas
penetran en el “antro de las ninfas”, que es lo mismo que la caverna platónica,
otra imagen del mundo. Allí el masón, atravesando las dos columnas como si
fuese parido por ellas, comienza a recorrer su viaje horizontal o terrestre,
hasta llegar al centro de sí mismo, al altar de su corazón, en donde se abre
otra puerta, la de Capricornio, a través de la cual inicia otro viaje, esta vez
vertical y celeste hacia la cúpula y la clave de bóveda que corona los
misterios de la cosmogonía, dando acceso así a los estados metafísicos e
incondicionados. Es decir, que el hombre
“entra por una puerta y sale por otra, y en el ínterin –signado por el espacio y el tiempo– tiene la oportunidad de reconocerse y escapar de esa condición por la identificación con otros estados del ser universal, que puede vivenciar por medio de la conciencia individual –semejante a la conciencia universal– y que constituyen la posibilidad de la regeneración particular –y también de la universal–, siempre, claro está, tomando como soporte la generación y la creación en el espacio y el tiempo”. [3] 12
Este mismo proceso puede verse también en la mitología de gran número de héroes y dioses solares, como es el caso de Osiris, Quetzalcóatl, Mitra, Cristo y el propio maestro Hiram.
En el centro de la Logia se extiende el “pavimento mosaico”, tapiz de cuadros blancos y negros exactamente iguales que los del tablero de ajedrez, cuyos orígenes son también simbólicos y sagrados como el de la mayoría de los juegos. El pavimento mosaico es, sin duda, un símbolo de la manifestación que, efectivamente está determinada por la lucha y delicado equilibrio que entre sí sostienen las energías positivas, masculinas y centrífugas (yang, luminosas) y las energías negativas, femeninas y centrípetas (yin, oscuras), expresadas también en la alternancia de los ritmos y ciclos de la naturaleza y el cosmos. Esas mismas energías están representadas por el Sol y la Luna, que en la Logia se encuentran presidiendo el Oriente, a uno y otro lado del Delta luminoso. Recordaremos que el color blanco simboliza las energías celestes, y el color negro las terrestres. Las primeras se oponen a las segundas, y viceversa, al mismo tiempo que se complementan y conjugan (atraídas como los polos positivo y negativo de un imán), determinando en su perpetua interacción el desarrollo y la propia estructura de la vida cósmica y humana.
Esa estructura se genera igualmente por la confluencia de un eje vertical -celeste- y otro horizontal -terrestre- (ejemplificados en el pavimento por las líneas transversales y longitudinales), conformando un tejido o trama cruciforme, un cuadriculado, en fin, que refleja las tensiones y equilibrios a que está sometido el orden de la creación. Asimismo, también puede equipararse la vertical al tiempo y la horizontal al espacio (el primero activo con respecto al segundo, al que moldea permanentemente), es decir, a las dos coordenadas que establecen el “encuadre” que permite la existencia de nuestro mundo y de todas las cosas en él incluidas. La idea de ese orden está ya implícito en el significado de la palabra 'mosaico', que deriva del griego museion, literalmente “templo de las musas”, expresión ésta que conviene perfectamente a la Logia masónica, en donde como estamos viendo cada una de sus partes y la totalidad de su conjunto constituye una síntesis simbólica de la armonía universal.
“entra por una puerta y sale por otra, y en el ínterin –signado por el espacio y el tiempo– tiene la oportunidad de reconocerse y escapar de esa condición por la identificación con otros estados del ser universal, que puede vivenciar por medio de la conciencia individual –semejante a la conciencia universal– y que constituyen la posibilidad de la regeneración particular –y también de la universal–, siempre, claro está, tomando como soporte la generación y la creación en el espacio y el tiempo”. [3] 12
Este mismo proceso puede verse también en la mitología de gran número de héroes y dioses solares, como es el caso de Osiris, Quetzalcóatl, Mitra, Cristo y el propio maestro Hiram.
En el centro de la Logia se extiende el “pavimento mosaico”, tapiz de cuadros blancos y negros exactamente iguales que los del tablero de ajedrez, cuyos orígenes son también simbólicos y sagrados como el de la mayoría de los juegos. El pavimento mosaico es, sin duda, un símbolo de la manifestación que, efectivamente está determinada por la lucha y delicado equilibrio que entre sí sostienen las energías positivas, masculinas y centrífugas (yang, luminosas) y las energías negativas, femeninas y centrípetas (yin, oscuras), expresadas también en la alternancia de los ritmos y ciclos de la naturaleza y el cosmos. Esas mismas energías están representadas por el Sol y la Luna, que en la Logia se encuentran presidiendo el Oriente, a uno y otro lado del Delta luminoso. Recordaremos que el color blanco simboliza las energías celestes, y el color negro las terrestres. Las primeras se oponen a las segundas, y viceversa, al mismo tiempo que se complementan y conjugan (atraídas como los polos positivo y negativo de un imán), determinando en su perpetua interacción el desarrollo y la propia estructura de la vida cósmica y humana.
Esa estructura se genera igualmente por la confluencia de un eje vertical -celeste- y otro horizontal -terrestre- (ejemplificados en el pavimento por las líneas transversales y longitudinales), conformando un tejido o trama cruciforme, un cuadriculado, en fin, que refleja las tensiones y equilibrios a que está sometido el orden de la creación. Asimismo, también puede equipararse la vertical al tiempo y la horizontal al espacio (el primero activo con respecto al segundo, al que moldea permanentemente), es decir, a las dos coordenadas que establecen el “encuadre” que permite la existencia de nuestro mundo y de todas las cosas en él incluidas. La idea de ese orden está ya implícito en el significado de la palabra 'mosaico', que deriva del griego museion, literalmente “templo de las musas”, expresión ésta que conviene perfectamente a la Logia masónica, en donde como estamos viendo cada una de sus partes y la totalidad de su conjunto constituye una síntesis simbólica de la armonía universal.
En medio mismo del pavimento mosaico se dispone el “cuadro de la Logia”, que es un esquema sintético de todo el templo masónico, además de constituir un soporte simbólico para la meditación y la concentración. En efecto, el cuadro de la Logia, al contener en su interior el diseño de los símbolos más significativos e importantes, deviene por ello un vehículo de la influencia espiritual en la Masonería. Antiguamente el cuadro de la Logia se trazaba directamente sobre el suelo antes de iniciar los trabajos, y era borrado cuando dichos trabajos tocaban a su fin. Esto da la medida de la importancia que tenía dicho cuadro en los ritos cosmogónicos de los constructores, pues en verdad el trazado de los diferentes símbolos constituía en sí mismo un rito destinado a “atraer” y hacer presente en el espacio significativo de la Logia las ideas-fuerza contenidas en esos mismos símbolos, y que después se plasmarían en la edificación. Aunque hoy en día en los talleres masónicos ya no se tenga la costumbre de dibujar el cuadro de la Logia, sin embargo la influencia de esos símbolos continúa estando presente, hasta el punto de que sin la presencia del cuadro los trabajos no pueden abrirse. En cualquier caso, el trazado del cuadro de la Logia es un ejercicio ritual de meditación y concentración en los símbolos que el masón podría practicar siempre que lo deseara.
Y por último mencionar que alrededor del pavimento de mosaico y del cuadro de la Logia se encuentran los tres pilares de la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza. Los pilares son también las “Tres Pequeñas Luces” de la Masonería, y a las que no habría que confundir con las “Tres Grandes Luces” ya mencionadas. Diremos que en algunas Logias los tres pilares están consagrados a la diosa Minerva (la Sabiduría), a Hércules (la Fuerza) y a Venus (la Belleza). Los pilares son encendidos durante la apertura de los trabajos y apagados instantes antes de su clausura, lo cual lleva a pensar que, y al igual que ocurre con el cuadro de Logia, estos pilares desempeñan un papel de suma importancia en lo que se refiere al desarrollo del ritual masónico en cualquiera de sus grados. En este sentido recordaremos que el significativo nombre de “estrellas” con el que también se conocen a los tres pilares alude sin duda al carácter celeste que se desprende de su simbólica, pues es claro que se tratan de las “ideas” rectoras que han de presidir los trabajos masónicos, pues como se dicen en los rituales “la Sabiduría concibe, la Fuerza ejecuta y la Belleza adorna”.
El Ara masónica y las "Tres Grandes Luces", enmarcadas por los tres pilares
de la Sabiduría, La Fuerza y la Belleza.
Atendiendo a lo que se menciona a este
respecto durante el ritual de apertura esas estrellas deben “hacerse visibles”
a fin de que esos trabajos sean “iluminados” y se desarrollen en armonía con
los planes del Gran Arquitecto. Como dijimos más arriba, la penumbra en que está
sumida la Logia antes del alumbrado de los pilares ejemplifican las “tinieblas”
primigenias que precedieron la formación del orden cósmico, de lo que se deduce
que la iluminación de la Logia vendría a representar un símbolo más de la
acción del Fiat Lux, o ¡Hágase la Luz!, cosmogónico emanado de la
Palabra o Verbo creador.
Considerados desde el punto de vista
microcósmico, estos tres principios también representan tres cualidades o
estados del alma humana, los que vividos en el interior de la conciencia hacen
posible su transmutación y contribuyen, por tanto, a la edificación del templo
espiritual, del cual el templo material es la figuración simbólica.
Precisamente los tres pilares se vinculan respectivamente con el Venerable
Maestro, el Primer Vigilante y el Segundo Vigilante, es decir con los tres
principales oficiales de la Logia (llamados las “tres luces”), aquellos que se
encargan de dirigir y “ordenar” los trabajos que en ella se realizan. Son estos
tres oficiales los que encienden o iluminan los pilares (y también los que los
apagan durante la clausura), pronunciando al mismo tiempo que esto se cumple,
las invocaciones claramente alusivas a la construcción del templo interior y
del templo exterior.
En el Rito Escocés Antiguo y Aceptado
esas invocaciones son las siguientes:
¡Que la Sabiduría del Gran Arquitecto
presida la construcción de nuestro edificio!
¡Que la Fuerza lo sostenga!
¡Que la Belleza lo adorne!
No es entonces casual que sea
precisamente alrededor de este cuadro y de los tres pilares donde tiene lugar
el rito de la “cadena de unión”, en el que se invoca la potencia creadora e
iluminadora del Gran Arquitecto, e implícitamente también la de todos los
hermanos esparcidos por la faz de la Tierra, sin olvidarnos de los antepasados
que han pasado al Oriente Eterno y que contribuyeron con su esfuerzo,
sacrificio y entrega a la Verdad y al Conocimiento, a la edificación de la Gran
Obra Universal. Y esta invocación vertical se realiza mediante la unión
encadenada y fraterna de todas las fuerzas vivas presentes en la Logia, es
decir de todos los componentes de la misma, que establecen así una comunicación
sutil entre sus respectivas individualidades, sirviendo como soporte para la
manifestación de la influencia espiritual.
Como se dice en el libro Símbolo,
Rito, Iniciación, de Siete Maestros Masones, cap.33, la cadena de
unión
constituye un círculo mágico perfecto de
concentración de vibraciones, un dínamo generador, no únicamente capaz de
transmitir su fuerza a cada uno de los integrantes sino la de emanar a otros
espacios visibles e invisibles; una forma activa de la invocación y también un
encantamiento de protección para todos aquellos que tienen la gracia de
participar en los misterios del Arte Sagrado, los llamados guardianes del
Templo de la sabiduría salomónica, imagen de todos los templos, los que como
parte de sus funciones deben saber estrechar sus filas y trabajar de modo
armónico, tendiente a la perfección. Francisco Ariza
[1] Asimismo la loggia es
un término técnico de origen italiano utilizado en arquitectura para designar
una galería techada y abierta, compuesta por arquerías apoyadas sobre columnas
y situadas generalmente en las partes elevadas de los edificios, como es el
caso por ejemplo de los “paraísos” de los teatros.
[2]A este respecto conviene señalar que el Compás y la Escuadra no son símbolos exclusivamente masónicos, pues también se encuentran, y con idéntico significado simbólico, en muchas otras tradiciones, como por ejemplo la antigua Tradición China o Extremo-Oriental, donde estos dos instrumentos, como hemos visto anteriormente, están claramente vinculados con el Cielo y la Tierra, entre los cuales se sitúa el hombre como mediador y al mismo tiempo como “hijo del Cielo y de la Tierra”, lo mismo que el maestro masón está situado “entre el Compás y la Escuadra”. Acerca de esta importante simbólica ver los capítulos III, IX y XV de La Gran Tríada, de R. Guénon.
[3] Federico González, La
Rueda. Una imagen simbólica del cosmos, cap. VII.