lunes, 19 de agosto de 2019

MASONERÍA. SÍMBOLOS Y RITOS: Capítulo I. El Simbolismo Masónico

El término operativo no sólo se refiere al trabajo físico o de construcción, proyección o planeamiento material y profesional de las obras, sino también a la posibilidad de que la Masonería opere en el iniciado el Conocimiento, por medio de los útiles que proporciona la Ciencia Sagrada, sus símbolos y ritos. Precisamente esto es lo que procura la Masonería como Organización iniciática y lo confirma la continuidad del paso tradicional que hace que igualmente pueda encontrarse en la Masonería especulativa, de modo reflejo, la virtud operativa y la comunicación con la Logia Celeste, es decir la recepción de sus efluvios, que son los que garantizan cualquier iniciación verdadera, máxime cuando las enseñanzas son emanadas del dios Hermes y del sabio Pitágoras. Federico González (Hermetismo y Masonería, cap. II). 

La Masonería, organización iniciática integrada dentro de la gran corriente del Hermetismo, remonta sus orígenes históricos a la época de los constructores medievales, conocidos como los free-masons o franc-masones (los «albañiles libres»), si bien éstos eran depositarios de una herencia mucho más antigua, como atestiguan las propias leyendas masónicas con genealogías que se remontan a la construcción del Templo de Salomón, e incluso mucho más allá, a los tiempos antediluvianos y primordiales. Recordaremos que los franc-masones eran llamados así por estar exentos del impuesto de franquicia, lo que les permitía viajar y practicar su oficio con total libertad, aunque si se quiere ir al fondo de las cosas hemos de admitir que por encima de ese aspecto exterior el antiguo masón era libre porque el ejercicio de su arte, el Arte Constructivo, emanado de la Ciencia Sagrada, lo llevaba al desarrollo de todas las potencias de su ser, y no existe a nivel humano mayor libertad que la que conlleva el conocimiento de lo que en realidad somos. «La verdad os hará libres» se lee en el Evangelio de Juan, patrón de la Orden Masónica.

Ese espíritu es el que ha heredado la Masonería actual, la nacida en el siglo XVIII, a través de los símbolos y ritos de la construcción, es decir de los números, las formas geométricas y las herramientas, también llamadas "útiles". Se tratan de los vehículos de la edificación interior, del templo espiritual, que está en la esencia misma de lo que ha sido y es la Masonería, la cual nos enseña a conocer el sentido iniciático de su Arte, pues sólo a través de ese conocimiento podemos realizar, u operar, en nosotros mismos los principios derivados de él. En este sentido no debemos olvidar que existe una permanente correspondencia entre el aspecto sensible o exterior del símbolo y lo que éste manifiesta en su realidad más elevada y trascendente. Por esta razón al Arte Constructivo también se le ha llamado el «Arte Real», idéntico a la «Gran Obra» de la Alquimia, y como tendremos ocasión de ver a lo largo de estas páginas numerosos símbolos masónicos están directamente vinculados con la enseñanza alquímica, constatando además la existencia de una geometría sagrada empleada por igual por los filósofos herméticos y los constructores para la descripción de la Cosmogonía, concebida como una Arquitectura Harmonia Mundi.

En efecto, los símbolos masónicos se refieren a un conjunto de ideas relacionadas directamente con el conocimiento de la Cosmogonía, y por tanto del hombre, pues éste es un cosmos en pequeño, un microcosmos. Precisamente los antiguos constructores consideraban al Cosmos (con sus distintos planos o niveles: celeste, intermediario y terrestre) como su modelo simbólico por excelencia, y para levantar sus edificios imitaban las estructuras de ese modelo, reveladas sobre todo a través de las formas geométricas, entre las que destacan el círculo y el cuadrado, símbolos respectivos del Cielo y la Tierra.

Esas formas y estructuras simbólicas siempre responden a unos arquetipos universales, a unos principios que son coetáneos con cualquier tiempo o circunstancia histórica o personal. Y esto mismo es precisamente lo que permite que siempre exista la posibilidad de “conectar” con esos principios, con esas ideas que, siendo de orden universal, nos “preparan” intelectual y espiritualmente para ir recibiendo el Conocimiento, la Gnosis.

En efecto, no importa que los masones de hoy no levanten edificios. Lo realmente importante es que esos mismos principios o ideas se puedan conocer a través de los símbolos que decoran el templo masónico, el más importante de los cuales es justamente el que se refiere a quien es verdaderamente el Autor de cuyo Pensamiento emana la Gran Obra de la Creación, conocido en la Masonería con el nombre de Gran Arquitecto del Universo, y en otras tradiciones, por ejemplo la hindú, como el "Espíritu de la Construcción Universal".


William Blake. El Anciano de los Días, o Gran Arquitecto del Universo.

El Gran Arquitecto del Universo es el Principio Supremo, la verdadera clave de bóveda o piedra angular del Templo masónico. Es bajo la influencia de ese Principio que los masones realizan sus trabajos dentro de la Logia, unos trabajos en los que junto al estudio de los símbolos está la práctica del rito, gracias a la cual la propia Logia se torna un espacio significativo análogo a la misma estructura del Cosmos.

                                                              II

Y ya que hablamos del Gran Arquitecto, creemos que es conveniente señalar que en la Masonería éste no tiene ningún tipo de connotación religiosa. Y no puede tenerla porque la Masonería no es una religión, sino una organización iniciática que entrega al hombre los medios y los conocimientos necesarios para su perfeccionamiento como ser humano, perfeccionamiento que nada tiene que ver con “perfeccionismo” alguno, sino con el desarrollo armónico de las cualidades implícitas en nuestro ser. No olvidemos que la Masonería es una Ciencia y un Arte, y su Principio Supremo se manifiesta como la Inteligencia que organiza el Cosmos, el Templo Universal, de acuerdo al plan concebido en su Sabiduría, que como se dice en el Libro de la Ley Sagrada "todo lo hizo en número, peso y medida". Esto nada tiene que ver con un dios religioso al que se tenga que "adorar", como si se tratara de algo que está “fuera” de uno mismo y no de nuestra misma esencia. Como dice a este respecto R. Guénon en un artículo titulado "La Ortodoxia Masónica", perteneciente al volumen II de Estudios sobre la Franc-Masonería y el Compañerazgo:

"El símbolo del Gran Arquitecto del Universo no es la expresión de un dogma, y que si se comprende como debe serlo, puede ser aceptado por todos los Masones, sin distinción de opiniones filosóficas, porque esto no implica por su parte el reconocimiento de la existencia de un Dios cualquiera".

No es, por tanto, la adscripción a un "dogma" lo que se pide a quien entra por primera vez en el templo masónico, pues de los símbolos allí presentes no se desprende ninguna enseñanza de ese tipo. No se trata de "creer" en el símbolo, sino de comprenderlo, pues en la medida en que lo comprendemos y nos penetramos de su significado profundo seremos uno con la idea que lo conforma. El masón, como todo aquel que está iniciado en los misterios del cosmos y de la vida, toma al símbolo como vehículo de conocimiento y no como un objeto de "culto" externo, pues sabe que no hay que confundir al símbolo con lo que éste simboliza.

Pero el hecho de que la Masonería no sea una religión no impide que existan masones que en su vida privada, y en el ejercicio de su libertad, practiquen un credo religioso determinado, o bien que no practiquen ninguno. Esto a la Masonería no ha de importarle, pues esas creencias, ya sean religiosas o de cualquier otro tipo (filosóficas, científicas, políticas, etc.) han de dejarse, junto con los metales, en la puerta del Templo. Como dice el propio Guénon en otro artículo titulado "La Gnosis y la Franc-Masonería" comprendido en el mismo volumen mencionado, ésta

"debe ser pura y simplemente la Masonería. Cada uno de sus miembros al entrar en el Templo, debe despojarse de su personalidad profana y hacer abstracción de cuanto sea extraño a los principios fundamentales de la Masonería, principios a cuyo alrededor todos debieran unirse para trabajar en común en la Gran Obra de la Construcción universal". 

                     
                             Delta Luminoso, símbolo del Gran Arquitecto. Aquisgrán.

Por decirlo de alguna manera, lo único que la Masonería "exige" a sus miembros es una voluntad firme en el "desbastado" y "pulimento" de la piedra bruta, que como dicen algunos rituales "es un producto grosero de la Naturaleza, que el Arte de la Masonería debe pulir y transformar". Ese desbastado y pulimento es justamente el símbolo del trabajo del masón consigo mismo, lo cual lleva a cabo con las primeras herramientas que la Orden le ofrece tras recibir el influjo espiritual en el rito de iniciación: el mazo y el cincel, símbolos respectivos de la voluntad y la recta intención. La obra de regeneración no puede llevarse a cabo sin una voluntad firme y perseverante que la desee, es decir sin una fuerza interior que influya y transmita su poder creativo a la "materia informe" de la psique desordenada y caótica, simbolizada por la piedra bruta. Pero esa fuerza interior necesita ser dirigida y orientada por la inteligencia, una de cuyas expresiones es el "rigor intelectual", que "distingue" aquello que en el ser es conforme a la realidad esencial de su naturaleza (lo que ese ser es en sí mismo), de lo que no son sino sus añadidos superfluos e ilusorios.

Así pues, con el cincel de la inteligencia, impulsado por el mazo de la voluntad, el aprendiz va limando y corrigiendo las aristas y asperezas de su piedra bruta, separando lo "espeso de lo sutil", el "caos" del "orden", lo "profano" de lo "sagrado", operación alquímica que ha de convertirse en un rito cotidiano, en un ejercicio de cada momento, pues dicha separación constituye la premisa fundamental a cumplir en las primeras etapas del proceso iniciático, hasta que con paciencia y perseverancia alcance ese perfeccionamiento de que hablábamos anteriormente, ejemplificado en la piedra cúbica y tallada.

La iniciación, o vía en el Conocimiento, despierta en el hombre sus cualidades innatas, que permanecen "dormidas" o "replegadas" en su estado ordinario, asimilado por ello al "sueño" y a lo potencial. La influencia de la iniciación no añade nada que el hombre no posea ya y no forme parte de su naturaleza. En este sentido, estamos totalmente de acuerdo con Arturo Reghini cuando dice que ese perfeccionamiento:

"está ligado al conocimiento y al reconocimiento de la naturaleza humana y sus posibilidades inherentes. Es necesario realizar el antiguo precepto del oráculo de Delfos: conócete a ti mismo. Es necesario buscar en sí mismo el misterio del ser, considerar la vida humana, sus funciones, sus límites y la posibilidad de sobrepasarlos, de intervenir activamente en su curso, no abandonarlo a la deriva, en descubrir y en despertar los gérmenes latentes, los sentidos y los poderes todavía desconocidos, dormidos y ocultos. Es necesario, en fin, realizar una obra de edificación espiritual, una transmutación, alcanzar la virtud y el conocimiento para que el miserable gusano que repta por la tierra se transforme en gloriosa mariposa volando libremente hacia la justicia". Para lograr ese fin el mismo Reghini nos dice que no existe otro medio que "el trabajo masónico basado y sostenido por la iniciación simbólica, es decir conferida y obtenida a través de la inteligencia de los símbolos masónicos familiares, a imagen de la obra de arte que se realiza con los instrumentos del oficio". (Arturo Reghini: Considérations sur le Ritual de l’Apprenti Franc-Maçon (Arché Milano, 1985)

La expresión "Conócete a ti mismo" debería figurar también en el frontispicio de los templos masónicos. En verdad, nada hay más importante para el hombre que conocer su verdadera identidad, saber quién hay detrás de esa máscara a la que llamamos "personalidad" (en el sentido egótico del término), y que la Masonería identifica con los metales del hombre viejo, "sumergido, como dicen los rituales, en las más profundas tinieblas".

Como estamos viendo, la idea de transmutación tiene mucho que ver con el proceso alquímico, y como señalamos al principio el "Arte Real" masónico, desarrollado a través de los tres grados de aprendiz, compañero y maestro, es idéntico a la "Gran Obra" de la Alquimia, también llamada el “Arte Regia”, por lo que puede hacerse una transposición totalmente coherente entre el simbolismo alquímico y el simbolismo constructivo y arquitectónico. La piedra bruta de la Masonería es, en este sentido, lo mismo que la "materia prima" de la Alquimia: tanto en una como en otra están contenidas de manera potencial o virtual todas las posibilidades que conducen al hombre hacia su regeneración, posibilidades que, en el caso del aprendiz masón, comenzarán a desarrollarse y a crecer gracias a la influencia espiritual o intelectual (pues ambos conceptos expresan lo mismo) transmitida a través de los símbolos y ritos de la Orden. (Continúa). Francisco Ariza