El término operativo no sólo se refiere al trabajo físico
o de construcción, proyección o planeamiento material y profesional de las
obras, sino también a la posibilidad de que la Masonería opere en el iniciado
el Conocimiento, por medio de los útiles que proporciona la Ciencia Sagrada,
sus símbolos y ritos. Precisamente esto es lo que procura la Masonería como
Organización iniciática y lo confirma la continuidad del paso tradicional que
hace que igualmente pueda encontrarse en la Masonería especulativa, de modo
reflejo, la virtud operativa y la comunicación con la Logia Celeste, es decir
la recepción de sus efluvios, que son los que garantizan cualquier iniciación
verdadera, máxime cuando las enseñanzas son emanadas del dios Hermes y del
sabio Pitágoras. Federico González (Hermetismo y Masonería, cap. II).
La Masonería, organización
iniciática integrada dentro de la gran corriente del Hermetismo, remonta sus
orígenes históricos a la época de los constructores medievales, conocidos como
los free-masons o franc-masones (los «albañiles libres»), si
bien éstos eran depositarios de una herencia mucho más antigua, como atestiguan
las propias leyendas masónicas con genealogías que se remontan a la
construcción del Templo de Salomón, e incluso mucho más allá, a los tiempos
antediluvianos y primordiales. Recordaremos que los franc-masones eran llamados
así por estar exentos del impuesto de franquicia, lo que les permitía viajar y
practicar su oficio con total libertad, aunque si se quiere ir al fondo de las
cosas hemos de admitir que por encima de ese aspecto exterior el antiguo masón
era libre porque el ejercicio de su arte, el Arte Constructivo, emanado de la
Ciencia Sagrada, lo llevaba al desarrollo de todas las potencias de su ser, y
no existe a nivel humano mayor libertad que la que conlleva el conocimiento de
lo que en realidad somos. «La verdad os hará libres» se lee en el Evangelio de
Juan, patrón de la Orden Masónica.
Ese espíritu
es el que ha heredado la Masonería actual, la nacida en el siglo XVIII, a través de los símbolos y ritos de la construcción, es decir de los números, las formas geométricas y
las herramientas, también llamadas "útiles". Se tratan de los vehículos de la
edificación interior, del templo espiritual, que está en la esencia misma de lo
que ha sido y es la Masonería, la cual nos enseña a conocer el sentido
iniciático de su Arte, pues sólo a través de ese conocimiento podemos realizar,
u operar, en nosotros mismos los principios derivados de él. En este sentido no
debemos olvidar que existe una permanente correspondencia entre el aspecto
sensible o exterior del símbolo y lo que éste manifiesta en su realidad más
elevada y trascendente. Por esta razón al Arte Constructivo también se le ha
llamado el «Arte Real», idéntico a la «Gran Obra» de la Alquimia, y como tendremos
ocasión de ver a lo largo de estas páginas numerosos símbolos masónicos están
directamente vinculados con la enseñanza alquímica, constatando además la
existencia de una geometría sagrada empleada por igual por los filósofos
herméticos y los constructores para la descripción de la Cosmogonía, concebida
como una Arquitectura o Harmonia Mundi.
En efecto, los símbolos masónicos se refieren a un conjunto
de ideas relacionadas directamente con el conocimiento de la Cosmogonía, y por
tanto del hombre, pues éste es un cosmos en pequeño, un microcosmos.
Precisamente los antiguos constructores consideraban al Cosmos (con sus
distintos planos o niveles: celeste, intermediario y terrestre) como su modelo
simbólico por excelencia, y para levantar sus edificios imitaban las
estructuras de ese modelo, reveladas sobre todo a través de las formas
geométricas, entre las que destacan el círculo y el cuadrado, símbolos
respectivos del Cielo y la Tierra.
Esas formas
y estructuras simbólicas siempre responden a unos arquetipos universales, a
unos principios que son coetáneos con cualquier tiempo o circunstancia
histórica o personal. Y esto mismo es precisamente lo que permite que siempre
exista la posibilidad de “conectar” con esos principios, con esas ideas que,
siendo de orden universal, nos “preparan” intelectual y espiritualmente para ir
recibiendo el Conocimiento, la Gnosis.
En efecto, no importa que los masones de hoy no levanten edificios. Lo
realmente importante es que esos mismos principios o ideas se puedan conocer a
través de los símbolos que decoran el templo masónico, el más importante de los
cuales es justamente el que se refiere a quien es verdaderamente el Autor de
cuyo Pensamiento emana la Gran Obra de la Creación, conocido en la Masonería
con el nombre de Gran Arquitecto del Universo, y en otras tradiciones, por ejemplo
la hindú, como el "Espíritu de la Construcción Universal".
William Blake. El Anciano de los Días, o Gran Arquitecto del Universo.
El Gran Arquitecto del Universo es el Principio Supremo, la verdadera clave de
bóveda o piedra angular del Templo masónico. Es bajo la influencia de ese
Principio que los masones realizan sus trabajos dentro de la Logia, unos
trabajos en los que junto al estudio de los símbolos está la práctica del rito,
gracias a la cual la propia Logia se torna un espacio significativo análogo a
la misma estructura del Cosmos.
II
Y ya que hablamos del Gran
Arquitecto, creemos que es conveniente señalar que en la Masonería éste no
tiene ningún tipo de connotación religiosa. Y no puede tenerla porque la
Masonería no es una religión, sino una organización iniciática que entrega al hombre
los medios y los conocimientos necesarios para su perfeccionamiento como ser
humano, perfeccionamiento que nada tiene que ver con “perfeccionismo” alguno,
sino con el desarrollo armónico de las cualidades implícitas en nuestro ser. No
olvidemos que la Masonería es una Ciencia y un Arte, y su Principio Supremo se
manifiesta como la Inteligencia que organiza el Cosmos, el Templo Universal, de
acuerdo al plan concebido en su Sabiduría, que como se dice en el Libro de la
Ley Sagrada "todo lo hizo en número, peso y medida". Esto nada tiene
que ver con un dios religioso al que se tenga que "adorar", como si
se tratara de algo que está “fuera” de uno mismo y no de nuestra misma esencia. Como dice a este respecto R.
Guénon en un artículo titulado "La Ortodoxia Masónica", perteneciente
al volumen II de Estudios sobre la Franc-Masonería y el Compañerazgo:
"El símbolo del Gran
Arquitecto del Universo no es la expresión de un dogma, y que si se comprende
como debe serlo, puede ser aceptado por todos los Masones, sin distinción de
opiniones filosóficas, porque esto no implica por su parte el reconocimiento de
la existencia de un Dios cualquiera".
No es, por tanto, la adscripción
a un "dogma" lo que se pide a quien entra por primera vez en el
templo masónico, pues de los símbolos allí presentes no se desprende ninguna
enseñanza de ese tipo. No se trata de "creer" en el símbolo, sino de
comprenderlo, pues en la medida en que lo comprendemos y nos penetramos de su
significado profundo seremos uno con la idea que lo conforma. El masón, como
todo aquel que está iniciado en los misterios del cosmos y de la vida, toma al
símbolo como vehículo de conocimiento y no como un objeto de "culto"
externo, pues sabe que no hay que confundir al símbolo con lo que éste simboliza.
Pero el hecho de que la Masonería
no sea una religión no impide que existan masones que en su vida privada, y en
el ejercicio de su libertad, practiquen un credo religioso determinado, o bien
que no practiquen ninguno. Esto a la Masonería no ha de importarle, pues esas
creencias, ya sean religiosas o de cualquier otro tipo (filosóficas,
científicas, políticas, etc.) han de dejarse, junto con los metales, en la
puerta del Templo. Como dice el propio Guénon en otro artículo titulado
"La Gnosis y la Franc-Masonería" comprendido en el mismo volumen
mencionado, ésta
"debe ser pura y
simplemente la Masonería. Cada uno de sus miembros al entrar en el Templo, debe
despojarse de su personalidad profana y hacer abstracción de cuanto sea extraño
a los principios fundamentales de la Masonería, principios a cuyo alrededor
todos debieran unirse para trabajar en común en la Gran Obra de la Construcción
universal".
Delta Luminoso, símbolo del Gran Arquitecto. Aquisgrán.
Por decirlo de alguna manera, lo
único que la Masonería "exige" a sus miembros es una voluntad firme
en el "desbastado" y "pulimento" de la piedra bruta, que
como dicen algunos rituales "es un producto grosero de la Naturaleza, que
el Arte de la Masonería debe pulir y transformar". Ese desbastado y
pulimento es justamente el símbolo del trabajo del masón consigo mismo, lo cual
lleva a cabo con las primeras herramientas que la Orden le ofrece tras recibir
el influjo espiritual en el rito de iniciación: el mazo y el cincel, símbolos
respectivos de la voluntad y la recta intención. La obra de regeneración no
puede llevarse a cabo sin una voluntad firme y perseverante que la desee, es
decir sin una fuerza interior que influya y transmita su poder creativo a la
"materia informe" de la psique desordenada y caótica, simbolizada por
la piedra bruta. Pero esa fuerza interior necesita ser dirigida y orientada por
la inteligencia, una de cuyas expresiones es el "rigor intelectual",
que "distingue" aquello que en el ser es conforme a la realidad
esencial de su naturaleza (lo que ese ser es en sí mismo), de lo que no son
sino sus añadidos superfluos e ilusorios.
Así pues, con el cincel de la
inteligencia, impulsado por el mazo de la voluntad, el aprendiz va limando y
corrigiendo las aristas y asperezas de su piedra bruta, separando lo
"espeso de lo sutil", el "caos" del "orden", lo "profano"
de lo "sagrado", operación alquímica que ha de convertirse en un rito
cotidiano, en un ejercicio de cada momento, pues dicha separación constituye la
premisa fundamental a cumplir en las primeras etapas del proceso iniciático,
hasta que con paciencia y perseverancia alcance ese perfeccionamiento de que
hablábamos anteriormente, ejemplificado en la piedra cúbica y tallada.
La iniciación, o vía en el
Conocimiento, despierta en el hombre sus cualidades innatas, que permanecen
"dormidas" o "replegadas" en su estado ordinario, asimilado
por ello al "sueño" y a lo potencial. La influencia de la iniciación
no añade nada que el hombre no posea ya y no forme parte de su naturaleza. En
este sentido, estamos totalmente de acuerdo con Arturo Reghini cuando dice que
ese perfeccionamiento:
"está ligado al
conocimiento y al reconocimiento de la naturaleza humana y sus posibilidades
inherentes. Es necesario realizar el antiguo precepto del oráculo de Delfos:
conócete a ti mismo. Es necesario buscar en sí mismo el misterio del ser, considerar
la vida humana, sus funciones, sus límites y la posibilidad de sobrepasarlos,
de intervenir activamente en su curso, no abandonarlo a la deriva, en descubrir
y en despertar los gérmenes latentes, los sentidos y los poderes todavía
desconocidos, dormidos y ocultos. Es necesario, en fin, realizar una obra de
edificación espiritual, una transmutación, alcanzar la virtud y el conocimiento
para que el miserable gusano que repta por la tierra se transforme en gloriosa
mariposa volando libremente hacia la justicia". Para lograr ese fin el
mismo Reghini nos dice que no existe otro medio que "el trabajo masónico
basado y sostenido por la iniciación simbólica, es decir conferida y obtenida a
través de la inteligencia de los símbolos masónicos familiares, a imagen de la
obra de arte que se realiza con los instrumentos del oficio". (Arturo Reghini: Considérations sur le Ritual de l’Apprenti Franc-Maçon (Arché Milano, 1985)
La expresión "Conócete a ti
mismo" debería figurar también en el frontispicio de los templos
masónicos. En verdad, nada hay más importante para el hombre que conocer su
verdadera identidad, saber quién hay detrás de esa máscara a la que llamamos
"personalidad" (en el sentido egótico del término), y que la Masonería identifica con los metales del
hombre viejo, "sumergido, como dicen los rituales, en las más profundas
tinieblas".
Como estamos viendo, la idea de transmutación tiene mucho que ver con el
proceso alquímico, y como señalamos al principio el "Arte Real" masónico, desarrollado a
través de los tres grados de aprendiz, compañero y maestro, es idéntico a la
"Gran Obra" de la Alquimia, también llamada el “Arte Regia”, por lo
que puede hacerse una transposición totalmente coherente entre el simbolismo
alquímico y el simbolismo constructivo y arquitectónico. La piedra bruta de la
Masonería es, en este sentido, lo mismo que la "materia prima" de la
Alquimia: tanto en una como en otra están contenidas de manera potencial o
virtual todas las posibilidades que conducen al hombre hacia su regeneración,
posibilidades que, en el caso del aprendiz masón, comenzarán a desarrollarse y
a crecer gracias a la influencia espiritual o intelectual (pues ambos conceptos
expresan lo mismo) transmitida a través de los símbolos y ritos de la Orden.
(Continúa). Francisco Ariza
muchas gracias por el desbaste para un servidor
ResponderEliminarMuchas gracias, y lamento tanto el retraso en contestarle
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